Identidad

16519305037_4bdd621142_z“Qué haré con mi castillo de fantasmas,
las estrellas fugaces que me cercan
mientras el sol deslumbra
y no puedo mirar más que su disco
—redondo y amarillo—
la estela de su oro lamiéndome las manos,
surcándome las noches,
desviviéndome,
haciéndome desastres…
Me entregaré a los huracanes
para pasar de lejos por esa luz ardiendo.
Estoy muriéndome de frío.”(Gioconda Belli, fragmento del poema Nostalgia)

 

El tiempo a veces se diluye cuando se pierde la capacidad de diferenciar un día de otro. Este tiempo me ha pasado un poco eso.
No logro saber bien que hice las últimas semanas, ni incluso recordar cuando fue el último momento de soledad.

Creo que he contado cómo aprecio ese cuarto propio -como diría Virginia. Mi problema es que ese cuarto no existe físicamente, pero debo arreglármelas para construirlo en mi interior.Hoy está medio abandonado y le falta aire fresco. Adentro, se encuentra todo con el desorden propio de quien ha olvidado que existe. Lleno de cosas, pero cubiertas por una capa de polvo que solo demuestra que nadie les ha prestado atención hace mucho.

Muchas veces me he preocupado y he intentado abrir esa puerta y revisarlo, pero siempre alguien llama, alguien necesita algo o la rutina  -pésima amiga y consejera- me duerme la voluntad y el corazón.


¿Qué hacemos entonces? ¿Con ese libro, con ese lienzo o papel en blanco? ¿Con las neuronas, ese corazón o cuerpo que necesita más atención?

“Porque mi creencia es que si perduramos un siglo o dos– hablo de la vida común que es  la verdadera y no de las pequeñas vidas aisladas que vivimos como individuos– y disponemos de quinientas libras al año y un cuarto propio; si nos adiestramos en la libertad y en el coraje de escribir exactamente lo que pensamos; si nos escapamos un poco de la sala común y vemos a los seres humanos, no ya en su relación recíproca, sino en su relación con la realidad(…) si encaramos el hecho de que no hay brazo en que apoyarnos y de que andamos solas  y de que estamos en el mundo de la realidad y no sólo en el mundo de los hombres y las mujeres , entonces la oportunidad surgirá y el poeta muerto que fue la hermana de Shakespeare se pondrá el cuerpo que tantas veces ha abandonado. …» (Virginia Woolf, fragmento Una habitación propia)

El problema es que en ese día a día, en ese repetir constante de tareas que se esconden detrás de la palabra amor, la identidad -despistada y desprovista de atención- navega a la deriva, buscando un refugio. Esa habitación que no solo tiene 4 paredes, tiene cuerpo, sueños y alma y que a momentos pareciera que deja de pertenecernos.

«He tratado todo lo que se supone que una mujer debe hacer… puedo hacerlo todo y me gusta, pero no te deja nada sobre lo que pensar _ningún sentimiento acerca de quién eres-. Todo lo que quería era casarme y tener cuatro hijos. Amo a los chicos y a Bob y a mi hogar. No hay ningún problema al que pueda ponerle un nombre. Pero estoy desesperada. Empiezo a sentir que no tengo personalidad. Soy una servidora de comida, pongo pantalones y hago la cama, alguien que puede ser llamada cuando quieren algo. Pero ¿quién soy?» «Betty Friedan, fragmento, La mística de la feminidad)